lunes, 14 de julio de 2025
¿Existe el centro político electoral en Chile hoy?
Hoy en la política nacional se habla recurrentemente, ante la orden del día de buscar el voto ciudadano para la causa programática electoral, de un supuesto voto de centro, un santo grial que permita elevarse con redituó electoral ante otros candidatos y ganar una elección. El grueso de los candidatos electoralmente competitivos busca con ansias este filón de riqueza que pueda servir en la justa de noviembre 2025. ¿Es real este supuesto? ¿Tiene algún sentido orientar campañas electorales hacía allá?
El filósofo italiano Giorgo Agamben señala que los siglos se amplían mas allá de la marca cronológica curvándolos achicando algunos y agrandando otros. Eric Hobsbawm utiliza este concepto para señalar que el siglo XIX es un siglo largo que comienza con la revolución francesa e incluso antes y termina con la primera guerra mundial. Un siglo eje que deja al siglo XX con tiras políticas escazas y sabores extraños. En el caso chileno y particularmente desde la perspectiva ideológica la caída de los llamados socialismos reales marcó el fin del siglo xx hacia 1990. La impronta de la izquierda chilena que ya había sufrido un clivaje considerable y se vio obligada a reinventarse a partir del golpe militar y la dictadura de Pinochet desde 1973 le sirvió para acceder al poder en los noventa. Es un hecho que ese aprendizaje no exento de puyas políticas desde diferentes extremos creo la cápsula política precisa de la mano de la llamada “Concertación” que forjó un colchón político suave que permitió transitar en este cambio de siglo hacía un la profundización del modelo neoliberal con los resultados que hoy están a la vista. Con todo este ciclo histórico corto de treinta años y largo de cincuenta han derivado en una línea de flotación de la izquierda débil. Los dos clivajes abiertos, 1973 y 1990, siguen siendo arrastrados con pocas variantes bajo un signo discursivo en la izquierda que hoy es anacrónico de cara al electorado del siglo xxi. Este hecho ha ido alejando al electorado nacional creando desconfianza, no por el mensaje implícito, si no por la falta de sentido en el elector de dicho mensaje. No hay fidelización en cuanto a la militancia ya de los partidos y menos en el reflejo en las urnas de partidos que otrora tenían una concurrencia fuerte y masas de votantes a todo evento. Este fenómeno exótico en cuanto a novedad ocurre en la derecha de igual manera. Las formulas manías que la derecha ha utilizado respecto a situar la lucha electoral en un escenario de guerra fría en el mejor de los casos como un macartismo de posguerra con dilemas añejos que parecen sacados de una película de aplicación pagada. Es en este contexto que los resultados son siempre magros y que no han generado otra cosa que un estancamiento sostenido en la arena electoral ad extremis, que se manifiesta en una incertidumbre de novedades y cambios en el comportamiento del electorado que rebotan en las oficinas de las presidencias de los partidos políticos al otro día de una elección. Los clivajes de 1973 y 1990 son evidencias de la desaparición de los cánones clásicos de la lucha política del siglo xx en Chile y empeora con la perdida sistemática de identidad y programa político real a la usanza del siglo pasado. Este hecho suma un abandono sostenido en la lucha política de los partidos por sectores intelectuales que ante la discursiva añeja del siglo xx deciden mantenerse al margen. En los partidos de izquierda otrora con intelectuales de fuste han sido reemplazados por operadores políticos de poca monta y con escaso horizonte intelectual atentos a la jugada política diaria para incrementar el nicho político en el que se mueven. La consigna ha reemplazado a la conciencia política muy presente en el siglo XX.
Los remédiales en este contexto de incertidumbre electoral transitan por formulas vetustas que dicen relación con el pasado histórico previos a 1973 y el golpe militar. Se empecinan muchos especialistas y comentaristas, algunos reputados académicos en sostener que los candidatos deben buscar el centro político, buscar el voto de centro. Este recurso discursivo fue ampliamente utilizado en el siglo XX. La derecha culturalmente siempre ha sugerido que parte del desarrollo político de Chile se sitúa en la moderación, ese clima de centro político que permite estabilidad y mesura para avanzar en los grandes objetivos nacionales. Por tanto los extremos son vistos en esta lógica como algo excéntrico y digno de desconfianza. Este fenómeno se observa a lo menos en Chile desde los tiempos del voto censitario en el siglo XIX y algunos intelectuales han sugerido que en Chile los extremos nunca han tenido cabida en la política chilena por el conservadurismo del electorado chileno en su seno más profundo. Esta proposición muy discutible quizá respondió certeramente en algunos episodios de la contienda histórica electoral chilena de forma eficaz, pero no da cuenta por ejemplo de las causas reales hasta hoy desconocidas del estallido social octubre 2019, vinculado al rechazo sucesivo de dos intentos constitucionales que para elite política del momento aquel 2019 era la solución y candado político definitivo a la crisis surgida. Los hechos han demostrado que esto no es así. El “No lo vimos venir” revela que el supuesto electorado de centro no pasa de otro albur discursivo para tratar de persuadir al electorado en votaciones claramente orientadas hacia candidatos conservadores. En este estado de cosas la “opción centro” hoy más que nunca se ha fragmentado hasta hacerse partículas microscópicas. Los llamados tres tercios se han convertido en sextos y así en una progresión numéricamente más pequeña que parece interminable en el fraccionamiento. Desde el sentido común asistimos a un cambio de comportamiento electoral que se irá metamorfoseando que no responde a aquellas lógicas que habíamos escrito en piedra en el siglo pasado resistiéndonos a reconocer y a ocuparnos con seriedad del nuevo fenómeno. Es un hecho conforme nos adentramos en el siglo XXI todo aquello se volverá más crítico y desconcertante.
Ewald Meyer Monsalve
Ph.D Universidad Karlova de Praga
viernes, 11 de julio de 2025
Reseña: Ernest Geller Nacionalismus( Brno.Česka Republika.Centrum Pro Studium Democracie a Kutury 2003. )133 páginas . Ph.D Ewald Meyer
A pesar del tiempo transcurrido de la publicación de este libro, casi veinte años, y
con múltiples traducciones en varios idiomas, la obra de Ernest Gellner sigue
siendo sugestiva porque el fenómeno del nacionalismo en algún rincón del mundo
es un tema de debate. Hoy con el fenómeno de la globalización, algunos
movimientos nacionalistas han vuelto surgir con fuerza, y como punto de apoyo la
teoría de este investigador checo es insustituible a la hora de buscar explicación.
Poco antes de la muerte de Ernest Gellner en su apartamento en Praga, el sociólogo
checo-británico tenía preparado este texto que refresca su famosa teoría del
nacionalismo y viene a ratificar su extenso legado de ideas en el occidente
académico. Traducida de la edición británica, el SDK de Brno a modo de homenaje
trabajó en su elaboración hasta completar el texto que se reseña. El libro si bien es
corto, expresa las líneas generales el significado que el autor quiere que el lector
interprete a la luz de su teoría. La edición en idioma checo, sin embargo, es poco
conocida y requiere cierto estudio2.
El nacionalismo es un fenómeno que se ha expresado a través de la historia
reciente, sin embargo, Gellner nos señala que necesariamente ocurre bajo ciertas
condiciones sociales, en la transición de una sociedad agraria a una sociedad
industrial. Es ese el momento exacto en el mapeo conceptual e histórico en que se
registra la entropía social que va a llevar a que esta marea social, denominada
nacionalismo, sea protagonista de un proceso histórico con implicancias políticas y
sociales. Para apoyar este argumento Gellner señala que en la edad media fue
imposible vislumbrar algo similar a la marea nacionalista, la sociedad agraria
poseía una cultura refinada menos homogénea y accesible a las capas inferiores de
la sociedad por intermedio de la religión y con baja alfabetización, por tanto poco
aglutinadora, socialmente hablando. El fenómeno está sustentado en una tipología
más profunda que el autor expresa a modo explicativo lejos de especulaciones
filosóficas metafísicas, sin embargo, despierta muchas críticas y oposiciones en el
mundo académico que dan tratamiento al problema. Con todo, el nacionalismo y
su programa está mediatizado por la homogeneidad que la sociedad industrial
necesita para los estadios secuenciales de desarrollo, principalmente económico e
implícitamente por la cultura, expresado en la alfabetización, un idioma vernáculo
y un sistema de enseñanza escolar nacional. Por otro lado, necesariamente la
nación como unidad cultural, en muchos casos reinventa su pasado con miras a la
articulación efectiva de una lucha nacionalista exitosa, expresado en un
movimiento nacionalista. Esta configuración de un estado nacional, primero con su
correlato en una unidad nacional singular, refiere a la concreción del paraguas
político necesario para estadios de desarrollo de una determinada población
homogénea culturalmente, o al menos tolerante con la diferencia. Sin embargo, no
es un proceso lineal, menos aun garantiza que el nacimiento de la nación, y su
correlato en estado nacional sea concretado políticamente. Desde una perspectiva
sociológica complementada con el desarrollo histórico contemporáneo, el
nacionalismo como movimiento es ante todo una reacción política impredecible
que no está contenida un determinado momento histórico señalado para elevarse a
estadios superiores, muchos son los llamados, poco los elegidos, señala Gellner.
Con todo, las variantes de esta teoría son múltiple y abrir la puerta de la
fenomenología del nacionalismo es un activo que Gellner sabe debe verificar como
sujeto de análisis ante todo. Es en este contexto, que el autor va a ratificar y dejar
este libro como legado de su aporte a este complejo tema.
Con un prologo del sociólogo y profesor Jiri Musil( Universidad Karlova de Praga)
a nombre del SDK y otro del profesor David Gellner, etnógrafo británico y
especialista en religiones, la edición contiene doce capítulos relativamente cortos
que profundizan en algunos aspectos poco estudiados o visibilizados en la teoría
de Gellner. En capítulo tres va a volver sobre el tema de los estadios evolutivos
poniendo énfasis en el desarrollo tecnológico. En él se vislumbra las nuevas
coyunturas que plantean al fenómeno del nacionalismo la aparición de un
desarrollo tecnológico en ciernes.
En la multiplicidad de ejemplos que el autor presenta, siempre nos está
retrotrayendo a una evidencia fundamental en torno al momento histórico en el
que los movimientos nacionalistas surgen, esta característica es fundamental en la
teoría de Gellner, la hace atractiva y útil, a diferencia de otras teorías que se
equilibran en supuestos teóricos. La cultura juega a juicio de Gellner, un papel
fundamental, es el punto de inflexión para desencadenar la reacción político social
que engendra el movimiento nacionalista. Este hecho tiene que ir de la mano con el
surgimiento de un estado que logre aglutinar a la nación en su seno. Es decir, la
nación no es un concepto natural como se creía en la literatura clásica e incluso no
es un parte de un mesianismo ancestral, es resultado de la lucha nacionalista, pero
necesariamente necesita un estado para el éxito político social de la lucha
nacionalista, con la refutación de esta idea marca un antes y un después en el
análisis del fenómeno nacionalista. Los mitos que muchos estados van
configurando en esta lucha, incluso el arreglo o invención de una historia común,
son parte de este proceso y pueden durar mucho hasta lograr la madurez y
momento histórico preciso.
Un legado sin duda, de este prolífico sociólogo checo-ingles que revolucionó el
campo de la fenomenología del nacionalismo.
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